De cómo sostener un pájaro

  • mike el kingfisher

¿Cómo es que no saben como sostener un pájaro? Es muy sencillo, obvio diría yo, si tiene un ala lastimada lo último que debes hacer es dejar que se escape aleteando de tus manos intentando volar…

“Hay que sostenerlo con ambas manos, de manera firme pero suave, sin sofocarlo; así mira… la mano derecha por arriba manteniendo una leve presión sobre las alas, para que no se pueda mover, y no se lastime más” les explico por enésima vez.

“¡Le he traído algo de comer!” dice un chico, un camarero que llega entusiasmado con un muffin que ha traído del restaurante en la mano.

“Pero… pero…” Las palabras no me salen. Hay que ser idiota pienso.

“Es un kingfisher, como su nombre dice, el animal pesca, ¡come peces no muffins!”

No es una paloma y no estamos en un parque, esta gente no se supone que vive en esta isla diminuta y perdida rodeados de naturaleza? ¿no deberían saber todo esto desde siempre, como desde día uno? ¿Cómo es que yo lo sé y ellos no?

Es igual, han regresado al pobre animal a su caja y lo intentan sofocar con un muffin que es casi casi de su tamaño.

Si no estaba ya suficientemente asustado, al verse aplastado por un muffin, morirá de paro cardiaco seguro. Lástima, es precioso, es un kingfisher.

mike el kingfisher

1986, un pueblo polviento mexicano llamado Aguascalientes.

Despierta y tras un breve momento de tomar consciencia, la sonrisa le llega inmediata. Se levanta de la cama apurada y entusiasmada y busca en la cajita de zapatos de su pequeño escritorio. Pero está vacía.

Extrañada, Berita corre a la habitación de su madre donde la encuentra atendiendo a su nueva hermanita.

“Mamá, mamá… no está el pajarito, ¿dónde está?.. ¿lo tienes tu? ¿Ya le diste de desayunar?

Mamá deja a la bebé en su cuna, y tomando su tiempo mientras busca en su cabeza una buena historia, le responde luego de unos segundos.

“ Si, ya le di de desayunar, y el pajarito ya se sentía mejor esta mañana, de hecho se sentía tan bien, ¡que ya se fue volando! ”

“¿En seeerioo? woooowww, ojalá encuentre a su mamá… ¿tu crees que sepa regresar a su nido? ¿Cómo va a saber distinguir su nido del de los demás?”

La niña comienza a fruncir el seño, ese gesto que hace cuando comienza a preocuparse, en este caso por el destino del pajarito caído del nido, su madre nota la preocupación inminente y no tarda en darle una respuesta de lo más convincente.

“Bueno, porque seguramente su mamá lo estará buscando y lo llamará y se encontrarán. Tu no te preocupes, todos van a estar bien”, le contesta su madre con un tono muy seguro.

“Voy a ver si lo veo volando desde el jardín” dice la niña mientras se da la vuelta y echa a correr.
“No espera, ¡mejor vamos a desayunar primero!”

Pero es inútil, la casa no es muy grande y Berita llega a la puerta del jardín antes de que su madre pueda terminar la frase e impedírselo. Y es demasiado tarde…

La niña ve a su padre enterrando algo, y ella tendrá 4 años pero en ellos ya lleva la suficiente experiencia de funerales en el jardín para saber que su papá está enterrando a alguien; además él nunca está en el jardín ¿qué otra cosa haría si no? Es inocente, pero no tonta. Es definitivo, su padre está enterrando a alguien ¿pero a quién?

El pajarito caído del nido.

La dura realidad la cubre en una nube de infinita tristeza, en una pena que la ahoga y la sofoca.

Se murió, no volverá a volar, nunca volverá a ver a su mamá. Y yo no pude evitarlo, lo intenté, pero no pude, y ahora está muerto y su mamá lo sigue buscando. Y no pude hacer nada.

Y comienza el llanto, ese llanto que durará todo el día, que su madre ha consolado tantas y tantas veces, en cada funeral de pajaritos rescatados, de aquellos pollos que ganó en la kermesse de la escuela, de las tortugas chinas que amanecieron muertas, hasta de aquel chapulín que quedó mutilado por la mitad cuando la niña intentaba atraparlo. Todos murieron y todos tuvieron un solemne funeral de jardín, fueron enterrados en una cajita de cerillos, de aspirinas o de otros medicamentos, según el tamaño del deceso siempre la cajita es del tamaño adecuado, y todos tuvieron una cruz de palitos sobre su tumba. Todos pesaron mucho en la historia de esta niña.

Pasaron varios años, y Berita seguía trayendo cuanto animal encontraba en desgracia, enfermo, lastimado o sin hogar. Y su madre en lugar de decirle que no, daba la bienvenida a la nueva víctima al hogar y se esforzaba tantísimo por salvarlo y ayudarlo, para no tener otro funeral.

Como aquel día de 1992 con el nuevo pollo.

Otro pollo, bueno esperemos que este sí viva, al menos lo suficiente para luego irlo a dejar a otro lado y que Berita sepa que vivirá feliz. 

Mamá se esforzó tanto para que el pollo viviera, que empeñada lo alimentó durante horas con un palillo, le empujaba por el pico una masa de pan y agua hasta que el buche del animal parecía un limón mutante, este no se nos muere.

De tanto alimento el pollo sufrió una apoplejía embólica y murió.

Esa tarde, luego de la escuela hubo otro funeral en el parque.

2014 Fiji
Mat y yo íbamos caminando por la playa y ahí estaba: un Kingfisher saltando histérico en la arena.

Tardé un minuto en darme cuenta que tenía torcida el ala, rota seguramente. No podía volar.

“Hay que llevarlo al hotel, seguro alguien puede ayudarlo” le dije a Mat.

Dio batalla, intentó defenderse el pequeñajo pero lo atrapé. Lo sostuve en mis dos manos y caminamos de vuelta al hotel.

Mientras caminábamos de vuelta, fui pensando en lo significativo que era encontrarme este pájaro. El kingfisher fue el primer ave exótica que conocí en nuestro primer viaje, allá en la estadía en la selva en medio de Borneo.
Hemos visto 4 especies y casi todos los colores: azules y amarillos como este, negros y naranjas, incluso blancos. Los hemos admirado en India, en la selva de Nepal, de Sri Lanka, en los mangalres de Filipinas.

Lo hemos visto volar, pescar, secar sus alas, e inclusive dormir.

En Asia ha estado con nosotros, siempre.

Y hoy a unos días de dejar Asia encuentro a uno malherido.

KingfisherNepal

Kingfisher en Chitwan, Nepal 2013

KingfisherSriLanka kingfishermalasia

Kingfhisher azul y negro en Sri Lanka 2013          –    Kingfisher amarillo en Borneo 2009

Quiero ayudarlo, necesito ayudarlo, pero me voy mañana. Lo único que necesito es alguien que sepa de aves, que le inmovilice el ala y que lo alimente durante un mes en lo que sana, luego podrá volver a volar.

Pero la realidad me destroza el entusiasmo. Nadie en el hotel parece tener la mínima idea de qué hacer con un ave.

Todos están admirados, y encantados. ¡Es un kingfisher! Pero nadie parece tener puñetera idea de cómo ayudarlo.

El ala esta completamente torcida, y de pronto un camarero dice que es tan fácil, sólo hay que ponerla en su lugar. Y yo me tengo que sentar mientras veo como toma el ala y le da la vuelta, el ave se revuelve del dolor, siento como se me baja la sangre y comienzo a ver negro, neceisto sentarme o me desmayo.

Por fin llegan con una cajita donde ponerlo, pero otro mesero decide que hay que cortarle ventanas para que pueda ver.

De nada sirve mi explicación, “el animal está muy estresado, lo que necesita es oscuridad, que no vea estos gigantes, que piense que está seguro”, mientras se lo digo toma un cuchillo tamaño filetero y corta ventanas en la caja por los cuatro lados, cuando comienza a cortar el último lado tengo que gritarle que pare. Por la otra ventana estoy viendo como el cuchillo está por rebanarle un ojo al animal que se encuentra acurrucado en ese rincón de la caja.

Hay que ser bestia.

Entre risas y la conmoción del personal ya tiene nombre: se llama Mike, cuentan de broma que se puso borracho anoche y terminó peleándose con otro por una pajarita, y es así como terminó con el ala torcida.

Nadie parece entender la seriedad del asunto.

Decido buscar a una señora, debe haber alguien en el staff del hotel que sea una señora, y seguro que tiene gallinas, o pollos o alguna hijita que traiga animales heridos a casa. Ella sabrá que hacer. Mi mamá lo sabía.

Y cuando la encuentro en la cocina, me dice que le lleve el pájaro.

“No tiene el ala rota, simplemente es un tullido” me dice mientras sostiene torpemente a Mike en sus manos, el ave intenta escapar y se le cae al suelo.

¿¿TULLIDO?? Me doy cuenta que tampoco sabe nada, de nada.

“No es un tullido, si fuera un tullido no habría sobrevivido y llegado a ser adulto en la naturaleza: tiene el ala rota, y lo único que necesita es que se la venden para que no pueda moverla por un mes, lo alimenten y le den agua”

Me dice que ella puede encargarse de eso.

Lo dudo, pero no tengo otra opción. Le hago prometer que cuidará de él y que le inmovilizará el ala rota para que pueda sanarse. Pero sé que es en vano.

Mike no volverá a volar. Pero espero que sobreviva, al menos como un ave de jaula.

Un ave jamás debe estar en una jaula, un ave pertenece al aire, un ave debe volar: a menos que no pueda.

Y aunque no sabré su destino siempre voy a recordar a Mike con su hermoso plumaje azul turquesa y amarillo, con las plumas de la cabeza encrespadas intentando parecer más grande, defendiéndose enojado y aterrorizado. Bellísimo.

Durante toda la cena estuve pensando en él. No pude hacer nada, lo intenté pero no pude, se morirá, sufrirá y no puedo hacer nada al respecto.

Y aunque me sentí como esa niña de 4 años, con la misma impotencia y tristeza que no han desaparecido en todos estos años, ya no pienso como ella. Sé que esta es la vida, que tal vez Mike era la cena de algún lagarto hambriento, o de algún gato; que la vida es también muerte y que no puedo hacer algo al respecto, al menos no siempre.

“No puedes salvarlos a todos” me dice siempre Mat. Pero siempre querré salvarlos a todos, y siempre me sentiré ahogada por la tristeza e impotencia de no poder hacerlo.

Y cada vez que estoy por rendirme, me llega el recuerdo de aquella vez hace muchos años en alguna vacación que encontramos un pelícano con el ala rota en la playa, de como le supliqué a mi madre que lo salváramos, y cómo ella me miró resignada y me dijo OK.

Y cómo persiguó al bicho en la playa mientras mi hermanita y yo corríamos por el otro lado para cerrarle el paso al ave, hasta que lo atrapó.

“¿Puedo sostenerlo yo mientras vas por el taxi?” le pregunté.
“Tienes que sostenerlo con las dos manos, así mira suavemente sin ahogarlo, pero firme para que no pueda mover el ala y no se lastime más, quiere irse por que está asustado.”

Y de como llegamos a un veterinario y le dimos al animal, y mi madre le hizo prometer frente a mi que lo curarían y luego lo dejarían libre para que volviera con su familia.

Y de lo inmensamente feliz que me hizo, el saber que una de tantas veces lo lográbamos. Que podíamos ayudarlos,  saber podía hacer algo.

Gracias mami, por cada animalito que me dejaste traer: por cada uno que vivió, gracias por apoyarme y ayudarme a salvarlo; y por cada uno que murió, gracias por sostenerme y consolarme en llanto, por cada solemne funeral, en el que siempre encontraste la cajita del tamaño adecuado.

Por enseñarme todo lo que sé.

Esta mañana nos vamos de la isla, y antes de irnos el camarero vino a mi sonriente y me contó que vio a Mike esta mañana. Sobrevivió la noche me dijo, no tiene una venda y no se comió el muffin… ah! y estaba intentando volar…

…pero no podía.

Claro que no podía, le dije. Tiene un ala rota.

1 comentario

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    Ludmila febrero 24, 2014 (7:43 pm)

    Termino de leer y se me hace un pequeño nudo en el garganta. No hay duda, la vida nunca deja de trasmitirnos señales. Solo es cuestión de saber leerlas.
    Hermoso Bere. Abrazo grande!

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